En Uruguay ni la técnica de Tanatoestética, ni la de la tanatopraxia se practica de forma cotidiana, haciendo referencia a la poca o nula profesionalización de este tan importante y delicado oficio, convirtiéndose este en el principal obstáculo para ejercerlo con calidad.
El escenario más óptimo para lograr una formación y/o profesionalización adecuada es realizarlo fuera del país. El tener acceso a una enseñanza en diferentes países permite una culturalización, una nueva visión de mejorar las cosas.
Esta nueva visión implica una dignificación de la profesión, el dejar de lado lo empíricamente establecido, profesionalizar el ámbito funerario en la conservación y la práctica de estética mortuoria a través de capacitaciones internas y actualizaciones constantes.
Las transformaciones de nuestro entorno, requieren profesionales capacitados, los tanatopractores debemos responder a estas nuevas necesidades, adaptarnos al formato laboral.
La Bioseguridad es el primer eslabón de ataque en estas culturas, los servicios se realizan en domicilios y por lo tanto debemos de darles las pautas de cuidado necesarios, sin dejar de lado las salas de preparación. Es necesario lograr una concientización del oficio, convertirlo en un arte: el arte de embellecer la muerte. Esto es posible dado si lo asociamos al proceso de duelo: la despedida del ser querido.
El tanatopractor es el primer anillo en la cadena de elaboración del duelo por ello es que nuestro trabajo debe ser “perfecto” el sentido profesional, el tanatopractor tiene la oportunidad que nadie más tiene de fijar la sensación en el familiar de que su ser querido duerme tranquilamente, no sufre ni muestra ningún rasgo de dolor y está en calma.
Lamentablemente “vivimos en una sociedad en América Latina donde el funeral importa más que el sentimiento de perdido, el adiós a nuestro ser amado,” ello es lo que buscamos cambiar.
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