“Sólo existe certeza con respecto al pasado y con respecto al futuro, sólo la certeza de la muerte” – Erich Fromm
Pareciera ser una ley de la vida vivir más que nuestros padres, por lo tanto, es seguro que en la mayoría de los casos nos tocará enfrentar su muerte. Las emociones en el duelo, tras la muerte de una madre, son una cascada de emociones directas al corazón. Son muy diferentes en cada ser humano y varían de intensidad de acuerdo a las circunstancias vividas.
Es importante identificar y aceptar la propia, la personal, que dependerá del tipo de vida que compartimos con nuestra madre, de su personalidad y circunstancias de vida, así como de nuestro apego con ella, del cariño, la dignidad, el respeto y el cuidado que la rodearon durante su vida, de las ideas religiosas, filosóficas o espirituales y del factor cultural y social, en sí del evento de su muerte.
Los duelos son diferentes, cada muerte por sí misma es especial, así como cada ser humano es único en sus características y circunstancias de vida. Por lo que también la forma de vivir el duelo es muy particular, multitud de dudas, preguntas y miedos nos invaden y sentimos no poder resistir vivir una vida que de repente ha cambiado y nos sentimos totalmente desamparados para afrontar lo que nos parece un reto imposible.
Esta etapa siempre está dominada por el miedo; miedo a la muerte y a lo desconocido, a la propia muerte. Esto influye de manera determinante a la forma de enfrentar un duelo, haciendo más difícil el proceso.
Cuando la pérdida es tan significativa, la del ser que nos dio la vida, nuestra madre, que vertió sobre nosotros sus enseñanzas, la que con sabiduría y amor nos transmitió sus experiencias y con su luz iluminó nuestro camino, quien nos enseño a amar la vida, el por qué estar vivo es bueno, quien forjó nuestro carácter de niños y nos enseñó a invocar a Dios, y quien además de todas esas cosas volcó sobre nosotros su amor incondicional. Ella de quien aún añoramos sus besos y caricias, la que con su bendición gravó los recuerdos que conservamos en lo más profundo de nuestro corazón. Es de ella de quien es doloroso desprenderse porque representa el pilar de nuestros cimientos. La base firme de nuestros sentimientos.
Siempre es aconsejable buscar el yo interno a través del silencio y la armonía con base en la espiritualidad, para recuperar la tranquilidad y seguridad en nosotros mismos, tan necesarias para afrontar la pérdida y encontrar el camino hacia la recuperación. No importa la creencia religiosa que se profese, lo importante es conectarse a la fe y la confianza de un ser superior que nos cobije en los momentos difíciles de nuestra existencia. Para aceptar la ausencia de quien nos dio la vida, y no sentir su falta física, emocional, espiritual y amorosa, sin desprendernos de sus bellos recuerdos; si aún seguimos sintiendo la húmeda caricia de sus besos y abrazos. Conservaremos íntegro su recuerdo, como si fuera ayer, alentando la necesidad de un respiro de tranquilidad para el alma herida.
No nos ayuda a aceptar la pérdida; la tristeza, el sentimiento, la sensación de desamparo y soledad, la culpa por lo que hicimos mal o dejamos de hacer, la enorme falta que nos hace. Las heridas emocionales que surgen ante la pérdida están protegidas por el sistema de negación que hemos creado a su alrededor, y solo cuando veamos esas heridas con los ojos de la verdad y seamos sinceros con nosotros mismos; los recuerdos y evocaciones que nos invaden aliviarán nuestra pena, nos ayudarán a crear nuevos proyectos con la energía, el amor y los buenos recuerdos que nos acompañarán después de su muerte, todo esto representa una alternativa triste pero realista y sana para seguir viviendo.
Muchos caminos tendremos que recorrer y andar sobre nuestros recuerdos y tristezas para comprender su ausencia, buscaremos la llave mágica para rescatar nuestro destino y encontrar una total aceptación a su partida, cerraremos unas puertas y abriremos otras, para tratar de entender su partida. Y quizá la magia de nuestra mente nos ayude en este largo camino. No te creas ninguna cosa que te haga sufrir, no te la creas, porque no es verdad. Abre tus oídos y tu corazón y escucha.
Seguro es que la realidad nos agobia a pesar de múltiples intentos por aceptar su ausencia, siempre se vuelve al mismo punto de partida. Entonces es tiempo de echar una mirada hacia nosotros mismos, y recordar, que somos el reflejo de Dios, que somos seres únicos e irrepetibles, que poseemos grandes dones, y que es tiempo de utilizarlos.
Se dice que el dolor por esta pérdida es tan inmenso que nos ayuda a descubrir nuestro potencial interno. Hay dos maneras de manejar un duelo y es importante conocerlas para ayudar a definir la actitud con la que se puede enfrentar una pérdida:
Actitud positiva: que nos da estabilidad mental, tranquilidad, optimismo, paz interna, emociones estables, bienestar físico, mental y espiritual.
Actitud negativa: pensamientos negativos, intranquilidad, inestabilidad emocional, emociones negativas, signos y síntomas físicos ligeros, moderados o graves, malestar mental, emocional y espiritual.
Con esto daremos los primeros pasos hacia la aceptación, analizando en qué etapa del duelo nos encontramos. Empezaremos a descifrar los sentimientos que nos acompañan, para encontrar la claridad de nuestra mente, la paz de nuestro corazón y la serenidad en nuestras vidas. La paz interior.
Vivir el duelo no es tratar de olvidar al ser querido que se fue, es buscar la manera de vivir con su ausencia, aceptando la pérdida y aprendiendo a recordarlo con amor. Esto es, experimentando el dolor y viviendo todas sus emociones, sin herirnos, recordando los bellos momentos que compartió con nosotros, agradeciendo los gratos momentos que nos dio viviendo con nosotros. Finalmente, es comprender que el legado que dejó es su más bello recuerdo y que honrarlo será un honor para los que quedamos. Es tomar todo lo bueno que compartió como un gran regalo de vida y aprender la lección, de que es a través de la comprensión, aceptación y perdón de nosotros mismos y de los demás, como viviremos y moriremos en paz.
No importa la creencia religiosa que se profese, lo importante es conectarse a la fe y la confianza de un ser superior que nos cobije en los momentos difíciles de nuestra existencia. Para aceptar la ausencia de quien nos dio la vida, y no sentir su falta física, emocional, espiritual y amorosa, sin desprendernos de sus bellos recuerdos; si aún seguimos sintiendo la húmeda caricia de sus besos y abrazos. Conservaremos íntegro su recuerdo, como si fuera ayer, alentando la necesidad de un respiro de tranquilidad para el alma herida.
No nos ayuda a aceptar la pérdida; la tristeza, el sentimiento, la sensación de desamparo y soledad, la culpa por lo que hicimos mal o dejamos de hacer, la enorme falta que nos hace. Las heridas emocionales que surgen ante la pérdida están protegidas por el sistema de negación que hemos creado a su alrededor, y solo cuando veamos esas heridas con los ojos de la verdad y seamos sinceros con nosotros mismos; los recuerdos y evocaciones que nos invaden aliviarán nuestra pena, nos ayudarán a crear nuevos proyectos con la energía, el amor y los buenos recuerdos que nos acompañarán después de su muerte, todo esto representa una alternativa triste pero realista y sana para seguir viviendo.
Muchos caminos tendremos que recorrer y andar sobre nuestros recuerdos y tristezas para comprender su ausencia, buscaremos la llave mágica para rescatar nuestro destino y encontrar una total aceptación a su partida, cerraremos unas puertas y abriremos otras, para tratar de entender su partida. Y quizá la magia de nuestra mente nos ayude en este largo camino. No te creas ninguna cosa que te haga sufrir, no te la creas, porque no es verdad. Abre tus oídos y tu corazón y escucha.
Seguro es que la realidad nos agobia a pesar de múltiples intentos por aceptar su ausencia, siempre se vuelve al mismo punto de partida. Entonces es tiempo de echar una mirada hacia nosotros mismos, y recordar, que somos el reflejo de Dios, que somos seres únicos e irrepetibles, que poseemos grandes dones, y que es tiempo de utilizarlos.
Se dice que el dolor por esta pérdida es tan inmenso que nos ayuda a descubrir nuestro potencial interno. Hay dos maneras de manejar un duelo y es importante conocerlas para ayudar a definir la actitud con la que se puede enfrentar una pérdida:
Actitud positiva: que nos da estabilidad mental, tranquilidad, optimismo, paz interna, emociones estables, bienestar físico, mental y espiritual.
Actitud negativa: pensamientos negativos, intranquilidad, inestabilidad emocional, emociones negativas, signos y síntomas físicos ligeros, moderados o graves, malestar mental, emocional y espiritual.
Con esto daremos los primeros pasos hacia la aceptación, analizando en qué etapa del duelo nos encontramos. Empezaremos a descifrar los sentimientos que nos acompañan, para encontrar la claridad de nuestra mente, la paz de nuestro corazón y la serenidad en nuestras vidas. La paz interior.
Vivir el duelo no es tratar de olvidar al ser querido que se fue, es buscar la manera de vivir con su ausencia, aceptando la pérdida y aprendiendo a recordarlo con amor. Esto es, experimentando el dolor y viviendo todas sus emociones, sin herirnos, recordando los bellos momentos que compartió con nosotros, agradeciendo los gratos momentos que nos dio viviendo con nosotros. Finalmente, es comprender que el legado que dejó es su más bello recuerdo y que honrarlo será un honor para los que quedamos. Es tomar todo lo bueno que compartió como un gran regalo de vida y aprender la lección, de que es a través de la comprensión, aceptación y perdón de nosotros mismos y de los demás, como viviremos y moriremos en paz.
Bibliografía
Erich Fromm. El arte de amar
Palencia Ávila Martha. Manual del duelo
Ruiz Miguel. La maestría del amor