La función de un embalsamador es la de restaurar y embellecer los cuerpos de los fallecidos, para facilitar la despedida de los deudos para su ser querido. Quizá las personas, sobre todo aquellos que no se dedican a la labor del embalsamamiento, enfoquen su pensamiento hacia el rostro de los finados a la hora de imaginar el trabajo de un embalsamador, creyendo que se esfuerzan mucho en lograr una presentación aceptable del mismo. Esta afirmación es cierta, pero no completa, puesto que hay muchas zonas del cuerpo que merecen verse impecables y reciben gran cuidado, tomando en cuenta lo que hacen por nosotros a lo largo de nuestras vidas. Una de ellas son las manos.
El oficio de las manos es trabajar a múltiples niveles y, además, nos sirven para defendernos. Pero en una sociedad moderna como la nuestra, la mayoría de las ocasiones nos acompañan en nuestras conversaciones cotidianas. Cuando hablamos con alguien movemos las manos sin darnos cuenta. A veces, si no conocemos a la otra persona, nos cohibimos y escondemos las manos, o las mantenemos en los bolsillos. También podemos colocarlas en la espalda para mostrar respeto.
Nuestras manos, aunque no tengan el protagonismo principal en nuestra comunicación, siempre están presentes. Acompañan, en su papel secundario, a la palabra en su vuelo y al rostro en su expresión luminosa. Ayudan a conocer de dónde partió la palabra y forman un triángulo vivo con el rostro.
No tienen una posición estable de reposo. Cuando esperamos una orden, usualmente las colocamos sobre la parte anterior de las caderas, listas para ocuparse en algo. Mientras hablamos, no es raro que las coloquemos a nuestros costados o delante de nosotros,
ante el público, abiertas y sin rigidez, o incluso, en escorzo mostrando las palmas, actitud parecida a las de las imágenes religiosas en sosegada oración.
No siempre están quietas, aunque podrían estarlo en algunos momentos. Las palabras, el sentido de lo que decimos, las mueven solas sin que tengamos que intervenir a consciencia. Se producen movimientos verticales, horizontales, rara vez oblicuos, circulares hacia dentro y hacia fuera.
A veces actúan las dos de modo simétrico. A veces una retrocede para dejar a la otra toda la atención.
Las manos son las que más comúnmente se hacen cargo de las funciones de los ojos y los oídos en una persona con problemas auditivos o invidente. Afortunadamente, el cerebro es algo sumamente plástico. Sucede que, cuando uno de los sentidos se usa mucho, el cerebro es capaz de procesar con más eficiencia la información que proviene de ese sentido. Las personas que usan mucho los dedos de las manos como, por ejemplo, los lectores de Braille, o aquellos que manejan frecuentemente teclados de computadora, o los que tocan instrumentos de cuerdas, “son prueba viviente de una representación cortical aumentada de los dedos.” (Lane, 1997).
Es más, las áreas del cerebro dedicadas anteriormente al procesamiento visual o auditivo, pueden reasignarse a procesar información táctil, dándole a las manos aún más potencia cerebral.
De esta forma, las manos de una persona sorda y ciega, además de desempeñar su función usual como herramientas, pueden convertirse en órganos sensoriales útiles e inteligentes, permitiendo a aquellos que no tienen visión ni audición tener acceso a objetos, personas y lenguaje que de otra forma les serían inaccesibles. Es importante mencionar aquí que el cerebro es más plástico, más adaptable, cuando el niño es pequeño; por lo tanto, mientras más temprano pueda un niño, que es sordo e invidente, aprender a usar las manos como receptores delicadamente afinados, será más probable que él haga uso óptimo de sus manos para obtener información.
Por todo esto, considero que las manos merecen un especial cuidado por parte de los embalsamadores, pues hacen mucho por nosotros y deben tener una presentación digna y hermosa a la hora de darse el último adiós.