De la Serie “Después del Duelo”: No tienes que ser fuerte todo el tiempo
Por LCC. Guillermo José Guzmán Vargas
Aprende a soltar y dejar ir
En el silencio que deja la ausencia, en el eco de lo que ya no está, también habita el amor.
Soltar no es olvidar. Dejar ir no es perder. Es honrar con ternura lo vivido, permitir que el recuerdo encuentre su lugar sin herir.
Llorar no es debilidad. Es la forma que tiene el alma de respirar cuando el corazón está lleno. Y si hoy el dolor pesa más que las palabras, está bien sentarse, dejar caer el peso y simplemente sentir.
La vida no exige que resistamos siempre, sino que sepamos cuándo abrir las manos. Soltar es confiar en que lo amado no desaparece: se transforma, se queda de otras maneras—en miradas, gestos, o en el viento suave que roza la piel sin explicación.
La esperanza no está en negar la ausencia, sino en aprender a vivir con ella sin que nos robe la luz. Porque incluso en la despedida… hay amor.
Encuentra fortaleza en dejar ir
No como quien se rinde, sino como quien ama lo suficiente para no aferrarse al dolor.
Porque hay momentos en los que el alma no necesita resistir, sino soltar.
Soltar lo que ya no vuelve, lo que el tiempo se llevó, lo que la vida—en su misterio—decidió transformar.
Dejar ir no borra lo vivido. Cada risa, cada abrazo, cada instante compartido permanece, tejido con hilos invisibles en lo profundo del corazón. Pero soltar sí sana.
Sana el peso del “por qué” y del “si tan solo”. Deja espacio para que la memoria florezca sin herida.
Hoy, en este duelo que estás atravesando, no te exijas ser invulnerable. Permítete sentir, quebrarte si es necesario, y reconstruirte con calma.
La verdadera fortaleza no siempre está en mantenerse de pie, sino en saber cuándo arrodillarse ante el dolor y cuándo levantarse con ternura.
Soltar no es olvidar. Es agradecer.
Todo toma su tiempo, incluso los momentos de incertidumbre en los que no sabrás cómo actuar tras una pérdida. Y al dejar ir, recuerda: no estás dejando atrás. Estás dejando en paz.
Porque quien se ama, nunca se va del todo. Vive, suave y eterno, en lo que compartiste con ese ser que ha partido al plano eterno… y en lo que serás a partir de hoy.
Suelta lo que ya no es y agradece lo vivido con quien hoy ya no está, desde el amor.
No hay mejor forma de soltar que simplemente diciendo:
“Gracias.”
Hoy, permite que la gratitud te guíe. No para negar la ausencia, sino para honrar la vida compartida.
Suelta el dolor que te impide respirar. Suelta la culpa. Suelta la pregunta sin respuesta. Y quédate con el amor.





