Mientras El Reloj Respira

27 octubre 2025
LCC. Guillermo José Guzmán Vargas

¿Sabes a quién le pueda interesar? ¡Comparte!

La Verdad, la Muerte y el Tiempo

A veces la verdad llega como una intuición fugaz. Otras veces nos golpea, despiadada y clara, como si la vida decidiera recordarnos que no hay tiempo que perder. Pero la verdad tiene un don silencioso: ilumina. Y cuando se hace presente —ya sea en una despedida, en una decisión o en un amanecer solitario— nos obliga a mirar la vida sin adornos: desnuda, urgente y real.

La muerte, por su parte, es quizás la más temida y, paradójicamente, la más constante. No viene solo al final. Viene cada vez que cambiamos, que dejamos una parte de nosotros atrás, que cerramos un capítulo. Cada día que vivimos es también un pequeño morir. Pero no en un sentido oscuro, sino en uno profundamente esperanzador: cada muerte simbólica nos permite renacer, reinventarnos.

Y luego está el tiempo, ese río invisible que no se detiene por nadie. Lo desperdiciamos, lo anhelamos, lo medimos, lo tememos. Pero el tiempo no es un enemigo, es un regalo escaso. Es el marco que da valor a todo lo demás. El tiempo nos enseña a amar con urgencia, a perdonar sin demora, a agradecer antes de que sea tarde.

 

 

¿Y Nosotros, Qué Estamos Haciendo?

Entre la rutina, la prisa, los pendientes y las pantallas, ¿cuánto de nosotros está realmente viviendo? ¿Cuántas veces dejamos pasar esos instantes breves, casi invisibles, en los que se esconde la alegría más pura? Una carcajada inesperada. Una mirada cómplice. El aroma del pan al amanecer. El calor de una mano que no se suelta.

Nos hemos acostumbrado a esperar grandes momentos, sin notar que los pequeños son los que realmente se quedan. No en la mente, sino en la memoria del corazón. Aprender a disfrutarlos es un acto de rebeldía luminosa ante lo efímero. Y también un acto de amor.

La Fragilidad del Tiempo y el Viaje Que Aguarda

Ah, el tiempo… Tan serio y puntual, pero en el fondo tan frágil como un suspiro. Se nos escapa entre los dedos aunque juremos tenerlo bajo control. Hacemos planes, agendamos sueños, acumulamos relojes —como si eso nos hiciera inmortales— y, sin darnos cuenta, ya estamos en la estación, maleta en mano, esperando el tren del que nadie regresa.

Ese viaje sin retorno tiene la cortesía de no avisar con exactitud cuándo parte. Se dice que es silencioso, como un invitado que entra descalzo en la madrugada. Irónicamente, todos tenemos un boleto, aunque nadie quiera mirarlo demasiado de cerca. Y aun así, cuando el momento llegue, ojalá nos encuentre con las manos llenas de lo vivido y no de lo postergado. Con una paz tan discreta que casi no se note, pero que esté ahí, temblando en la comisura de una sonrisa.

La Belleza de Vivir en Verdad: Una Luz Hacia el Reencuentro

Y cuando uno decide vivir en la verdad, algo cambia. Ya no se camina con prisa, sino con propósito. Se ama sin máscaras. Se llora sin vergüenza. Se vive sin esconderse del destino. La verdad no hace la vida más fácil, pero sí la hace más pura. Nos deja ver, sin filtros, las cosas que realmente importan: los abrazos dados a tiempo, los nombres que pronunciamos con ternura, las promesas que guardamos en el pecho.

Y en esa verdad —en ese vivir transparente y sincero— comienza a nacer una esperanza suave: la de que este no es el final. Que tal vez haya un reencuentro. No uno grandilocuente ni adornado con trompetas celestiales, sino uno humilde, sereno, cálido. Como volver a casa después de un largo viaje. Como reencontrar una voz amada en la otra orilla del silencio. Y entonces, todo lo que hicimos con amor —cada gesto, cada palabra, cada renuncia— habrá valido la pena. Porque el alma que vivió en verdad no teme el final: lo espera, como quien sabe que al otro lado también hay luz.

El Abrazo Solemne y la Grandeza de lo Invisible

La muerte, cuando deja de ser una amenaza y se convierte en certeza asumida, se transforma en algo más profundo. Más silencioso. Más sagrado. No es una interrupción, sino un paso: el último acto de esta obra que ensayamos toda la vida.

Hay algo solemne en recibirla no como castigo, sino como el abrazo final de lo que fuimos preparados para vivir. Aceptarla es también un acto de sabiduría: reconocer que nada nos pertenece, ni siquiera nuestro cuerpo, y que lo que sí llevamos con nosotros —nuestro amor, nuestras verdades, nuestras memorias— tiene un eco que tal vez resuene más allá de este mundo.

¿Y si en ese abrazo silencioso se revelara la entrada a lo extraterrenal? ¿Y si este no fuera un adiós, sino un tránsito? La grandeza de ese misterio no está en comprenderlo, sino en sentirlo: una paz que no necesita explicación, una luz que no se apaga. Tal vez, al final, no vayamos hacia la oscuridad, sino hacia un sitio donde todo lo amado nos espera, intacto, sin tiempo.

Las Sensaciones Que Nos Deja

Nos queda, tal vez, una mezcla extraña y hermosa: una quietud que no es resignación, una ternura que nace del asombro, y una certeza suave como el roce del viento.

Nos deja la sensación de que vivir vale la pena, incluso cuando duele. Que perder también es ganar memoria. Que el tiempo no se va, se transforma. Que la muerte no arrebata, sino que abre.

Nos queda el susurro silencioso de lo eterno. Esa voz que, aunque no se ve, se intuye… y que nos invita a no temer, a caminar hacia lo que somos en verdad: un alma en tránsito, con sed de plenitud.

Nos deja una esperanza que no grita, pero que se mantiene encendida. Un presentimiento callado de que hay algo más allá de la última noche. Algo limpio, sereno, luminoso. Un reencuentro prometido, una vida que no acaba, un abrazo que no se suelta.

Y así, entre verdad, muerte y tiempo, aprendemos que la existencia no es una línea recta, sino un círculo que algún día se cierra… solo para abrirse de nuevo en otra parte, donde todo lo amado continúa.

Mientras el reloj respira, nosotros también.
Con los ojos abiertos, el alma en paz
y el corazón listo cuando llegue el llamado a vivir para siempre.

Porque… #SíSePuede

Artículos Relacionados

¿HABRÁ VIDA ANTES DE LA MUERTE?

Solía decir el extinto cantautor Facundo Cabral: “El hombre; nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere”. Y es que aunque tal vez no nos conozcamos personalmente, estimado lector, sé que tenemos...

LA ECOTANATOLOGÍA COMO INNOVACIÓN FUNERARIA

Cada día que transcurre para quienes nos dedicamos al campo funerario, encaramos día con día una realidad que antes parecía lejana,  siendo orillados a salir de nuestra zona de confort por una...

EL SEPELIO QUE CAMBIO LA HISTORIA

El 6 de diciembre de 2013 en Meliandou, un pequeño pueblo ubicado al sur de Guinea, en el África Occidental, murió Émile, un niño de dos años, por fiebre y diarrea, síntomas nada extraordinarios para las numerosas regiones de ese Continente, sumidas en la pobreza y...

por

LCC. Guillermo José Guzmán Vargas

Egresado de Ciencias de la Comunicación con especialización en Comunicación Organizacional y un marcado interés en la inclusión socio-laboral. Ha participado activamente en la elaboración de políticas públicas y foros de inclusión, destacándose por su compromiso en la defensa de los derechos de las personas con discapacidad. Con experiencia en ponencias, conferencias y programas de liderazgo, busca ser un agente de cambio en la sociedad.

Hagamos networking y conectemos en redes sociales

Total
0
Share