En tiempos tan complejos y sensibles, como lo son aquellos que están marcados por la experiencia vivida de una pandemia, es imposible no poner el foco de atención en las diversas formas en las que nos impacta esta “nueva normalidad”. Hablar de una pérdida, ya es en sí misma un enigma con múltiples vertientes enraizadas en los apegos, en las circunstancias y formas de esta e incluso a nivel psicosocial también implica los medios económicos y las redes de apoyo que tenemos para hacerle frente. Sabemos también que lo anterior solamente es la antesala para el verdadero reto de esta nueva realidad que comienzan a vivir los dolientes; ya que después del evento traumático, después del funeral, después de la inhumación o ingreso de las cenizas en un mausoleo o capilla, es allí en donde se comienza a elaborar el proceso de duelo.
Los individuos somos seres cambiantes y complejos, somos seres pensantes, que tenemos emociones y sentimientos, pero que también tenemos instintos, estos últimos pueden ser causales de una complicación en la elaboración de este Duelo que nos toca vivir, independientemente de una pérdida a causa de este virus del SARS-COV-2 o por cualquier otra circunstancia, es menester resaltar que ritualizar en estos tiempos es limitado o prácticamente imposible.
El mismo instinto que proviene de nuestro cerebro reptil, que es la parte baja neuropsicológicamente hablando de nuestros procesos mentales, nos empuja a la búsqueda de ese ser especial que ha fallecido, lo que resultaría en una necesidad latente de visitar el sepulcro en un cementerio o el nicho en un mausoleo, desgraciadamente para muchos deudos, hoy por hoy, nos vemos imposibilitados para hacerlo, por ende esa paz y desahogo que buscamos en esos espacios espirituales nos dejan con una sensación de vacío y de deuda con nuestros seres amados, ya que consideramos que les estamos fallando y abandonando “solos” en ese lugar.
Es precisamente en este tema de la visita a cementerios, panteones o campo santos (como en ustedes este llamarles), es donde pondremos el acento en esta ocasión, ya que frente a fechas tan simbólicas para los mexicanos, hablando en el contexto del día de los fieles difuntos o día de muertos, cobra una importancia inconmensurable, ya que frente a los lineamientos, recomendaciones y restricciones de la Secretaría de Salud en nuestro país, los lugares de reposo espiritual permanecerán cerrados en su mayoría o limitados para el día de muertos, lo cual no solo impacta en la elaboración del duelo, sino también en las formas de socialización de muchos pueblos y sociedades en nuestro país, impacta culturalmente a través de las danzas, de la gastronomía propia de estas fechas e incluso en los famosos altares del día de muertos que disfrutan propios y extraños.
Es por ello que irremediablemente dentro de todo este reto que representa el compromiso con el cuidado de la salud de quienes aún permanecemos en este espacio físico de existencia, debemos adaptarnos y adoptar nuevas formas y estrategias para rendir homenaje a quienes se han adelantado en el camino. Como entes religiosos nos cuesta trabajo concebir nuevas formas de honrar a nuestros seres queridos que no sean las ya tradicionales, dictadas por nuestra religión y principalmente nos cuesta integrar racionalmente el no hacer un protocolo en el lugar del descanso físico de nuestro ser amado.
En la dimensión de la Teología que es el estudio de las bases y fundamentos de las creencias religiosas, se habla de tres niveles; el cuerpo como lugar sacro de resguardo del alma, el espíritu como la fuerza integradora que conecta al espíritu con el alma y al alma como la esencia pura del ser humano; y es en esta última en donde se nos dice que al liberarse del cuerpo es libre y retorna al ser creador. Pero, entonces ¿por qué si sabemos esto, creemos que la única forma de contactar con la memoria de nuestro ser querido es en la tumba?, la respuesta no es tan complicada, ya que culturalmente nos hemos habituado a estas costumbres y tradiciones, construyendo esquemas de referencia, que no podemos cambiar de manera súbita de la noche a la mañana, sin embargo, en nuestros hogares podemos hacer lo propio.
Mantener vivos nuestros rituales familiares en la intimidad de casa, hacer partícipes a la familia, rescatar los álbumes de fotos familiares, dar palabras de agradecimiento por los momentos compartidos, preparar los alimentos que más le gustaban a ese ser especial, hacer oración en familia o incluso conectarse de forma virtual y hacer partícipes a los familiares que están lejos, es una bella forma de honrar y es una de las alternativas más viables para no exponernos, ni a nuestra familia al contagio por COVID. Por que como dice la tanatología, el verdadero lugar de resguardo de la esencia de la vida, es la mente y el corazón.