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¿CÓMO VIVIR UN DUELO INFANTIL?

3 febrero 2020
Yaneth Rubio Pinilla

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Afrontar la muerte de un niño es tal vez la experiencia más devastadora que podemos vivir los seres humanos, para sus padres, hermanos, tíos, abuelos, compañeros, amigos, vecinos, en realidad todo su entorno. Es imposible de comprender toda vez que el ciclo natural indica que primero mueren nuestros mayores. Nada puede quitar el dolor que se genera y nada puede ocupar el espacio vacío, se aprende a convivir, se restablece el equilibrio personal y familiar una vez procesamos la tristeza profunda.

Conocer la forma asertiva de acompañar a quienes sufren una pérdida tan grande, es una de las grandes responsabilidades que se vale asumir; usualmente se prefiere el silencio, obviar la situación, evadir la visita, cambiar de tema.

Cuando muere un infante, mueren los sueños, proyectos, ilusiones, y nos quedamos para siempre con el recuerdo, viene a nuestra mente: “si aquí estuviera” ¿cómo sería? ¿qué le gustaría? ¿cómo disfrutaría este momento especial? Por siempre, estaremos en duelo… aprendemos a vivir con ello.

El duelo de por sí nos agota física y emocionalmente, ninguno de nuestros seres queridos entiende la intensidad de lo que sentimos y no recibimos muchas ocasiones un apoyo incondicional, nos cuesta además expresar el tipo de apoyo que necesitamos y cada doliente es diferente, cada ser humano procesa el dolor a su manera, amén de la cantidad de factores implícitos en el proceso.

Una manera de ayudarnos es que compartamos información a las personas que nos rodean, acerca de lo que significa la muerte infantil, qué trae el proceso de duelo, qué esperamos recibir, si seguimos en silencio esperando que nos entiendan no va a resultar práctico, puesto que quien no ha vivido ésta dolorosa experiencia no sabe de qué estamos hablando. Tomar las riendas nosotros mismos nos evitará discusiones al respecto, podremos responder a las personas que de buena fe nos quieren ayudar, sólo que no resulta, una respuesta como: entiendo que me quieres ayudar, pero me haces daño con lo que dices o haces; te pido el favor de permitirme estar conmigo; te agradezco la intención. También es un modo eficaz de que personas que nos importan comprendan la cruel experiencia.

Conozco una madre que nos compartía lo siguiente:

“En este duro proceso he aprendido a entender a las personas, porque en su ignorancia me han permitido ser grande conmigo misma”

La muerte de un infante trae un marcado sentimiento de culpa: si hubiese hecho o dejado de hacer, y nos olvidamos de que en realidad hicimos todo lo que estuvo a nuestro alcance con nuestros recursos del momento, no había otra forma de hacerlo.

Si el caso es que el bebé no haya nacido, puede ser que la carga sea aún más pesada, contrario a lo que la mayoría de las personas piensa, la edad del infante no representa menos dolor, desde el mismo momento de la noticia de que se va a ser padres nuestros sueños y proyecto de vida se hacen más grandes. El duelo por pérdida perinatal exige comprensión y estudio.

Se vive una montaña rusa emocional, un día nos podemos sentir más cómodos y al otro vuelve la tristeza, un día podemos sentir mayor energía y al otro nos sentimos cansados, es normal, ya llegará el momento en que todo se normalice, recoloquemos a nuestro querido ser en el corazón y aprendamos a llevarlo sin dolor.

No resulta fácil encontrar de nuevo entusiasmo y esperanza por la vida, se hace más manejable en la medida en que trabajamos el dolor, liberamos las emociones no deseadas, hablamos del cómo nos sentimos, nos dejamos acompañar de profesionales, hacemos parte de grupos de apoyo dónde el consuelo y la aceptación están presentes. Importante conservar la buena salud física, cuidar la alimentación, hacer ejercicio, no aislarnos.

Otra situación tras la muerte de un infante tiene que ver con la relación de pareja, en algunas oportunidades ésta se debilita, la comprensión por el otro también es un requisito, echar la culpa o recibirla es un acto difícil que tiene que ver más con nuestros propios miedos y responsabilidades. No olvidemos que cada uno procesa el duelo a su manera y hombres y mujeres somos diferentes. Ayuda hablar frecuentemente sobre el infante, de las emociones y sentimientos presentes, preguntar a la pareja cómo se siente hoy, alentarse mutuamente, la conversación es una necesidad.

La tristeza empezará a ceder, poco a poco, en la medida en que de forma consciente y responsable con nosotros mismos trabajemos en nuestro sentir, una vez pasado el primer año sin ellos podrá ser más sencillo todo, no significa que el tiempo cura todo, no es cierto, es lo que hacemos con el tiempo lo que nos ayuda. Se trata de transformar el dolor en un recuerdo amoroso. El duelo también permite momentos para recuperar la alegría, la sonrisa o el disfrute ante las nuevas experiencias de la vida y hay que permitírselos sin ningún sentimiento de culpa. No hay lugar al me siento mal de sentirme bien.

Tengamos presente entonces que es importante dejarse acompañar por profesionales, fortalecer la comunicación con la pareja, hijos y demás seres queridos, no esconder y siempre tener presente la verdad, aceptarse vulnerable, generar rituales y homenajes memoriales, generar acciones en su honor.

“La muerte resulta muy dolorosa pero también puede ser transformadora”.

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