Normalmente, el duelo se asocia al fallecimiento de un ser querido. Los tanatólogos suelen trabajar con personas que han sufrido la muerte de un familiar o amigo. Sin embargo, el duelo puede aparecer ante otro tipo de situaciones que impliquen pérdidas: divorcios, despidos laborales, incluso mudanzas, sobre todo cuando ésta es forzada. Entre estos otros tipos de pérdidas también está la discapacidad, tanto la de nacimiento como la que aparece tras un accidente o enfermedad.
A lo largo de la historia, la percepción y conceptualización de la discapacidad ha pasado por varias etapas. En la antigüedad, las personas con discapacidad (PCD) eran vistas desde la perspectiva de utilidad para la sociedad. En civilizaciones que definían su grandeza en el poderío militar y la producción manual de recursos, las PCD eran consideradas hasta un obstáculo para lograr lo anterior, llegando en algunos casos a promover su eliminación (versión extrema de la exclusión), como en la Antigua Esparta y sus Leyes de Licurgo.
Desde entonces, ha sido largo el camino para llegar al respeto de la dignidad y los derechos de las PCD. En este camino, se han utilizado y difundido términos como “discapacitado”, “persona con capacidades diferentes”, “con capacidades especiales”, “minusválido”, “deficiente” o “impedido”. Si aplicáramos estos términos con nosotros mismos, convendría hacernos la pregunta “¿cómo me sentiría si me llamaran deficiente o impedido?”.
A pesar de las consecuencias negativas del uso de estos términos, se han logrado avances. Se ha pasado de la exclusión a la segregación, donde las PCD no son exterminadas pero sí aisladas; después se buscó su integración, donde se les contemplaba en la cotidianidad pero sin preocuparse en la adaptación del entorno para lograr su participación plena. Finalmente, hoy se habla de inclusión.
Ahora bien, ¿por qué conocer esto es importante para un trabajador del sector funerario? La empatía es fundamental en el ejercicio de la labor fúnebre. Las personas que contratan un servicio funerario suelen llegar cuando han pasado pocas horas de la pérdida de un ser querido. El estado emocional con el que llegan a solicitar el servicio es de frustración, tristeza, impotencia, culpa, enojo, etc. El colaborador funerario debe siempre estar consciente de esta situación y trabajar mostrando la mayor conmiseración hacia los clientes.
Pero, ¿qué pasa cuando el cliente es alguien que padece una discapacidad? Como se mencionó al principio de este artículo, la pérdida de un miembro del cuerpo o de la movilidad en uno provoca un duelo. La persona siente ira o frustración al no poder (o creer que no puede) valerse por sí misma y, algunas veces, además, se siente una carga para su familia. Si la discapacidad es psíquica o mental, pero permite que quien la tenga sea consciente de alguna forma de su entorno, estos sentimientos también están presentes, aunque quizá de forma diferente.
Estas emociones negativas no hacen sino agravarse ante la pérdida de un ser querido, puesto que el doliente con discapacidad siente todavía más el “peso de sus limitaciones”. Es decir, se pregunta si, de no tener su discapacidad, podría haber hecho algo para evitar el fallecimiento, o se lamenta al sentir, equivocadamente, que hizo que la vida de su ser querido fallecido no fuera plena.
También puede suceder que quien tuviera la discapacidad fuera el ser querido fallecido. En tal caso, el doliente se enfrenta a un doble duelo, pues cuando se tiene un familiar con discapacidad, “mueren” (así suelen percibirlo) los sueños y proyectos que se tenían antes de que ésta ocurriera; las rutinas cambian y se vuelven más exigentes; se tienen que hacer varios sacrificios. Todo esto genera en el familiar de la PCD un duelo ante las pérdidas ya mencionadas.
Por ello, cuando se presenta la muerte de la PCD, el doliente tiene que agregar un duelo más al que ya tenía y que muchas veces no ha asumido ni atendido, probablemente por la necesidad de atender a su familiar cuando vivía.
Por todo lo anterior, es menester que, si el trabajador funerario se entera de alguna de las situaciones expuestas, haga todo lo posible por facilitar el proceso de duelo. Se debe procurar que en la funeraria o en el domicilio donde se ofrezca el servicio, estén habilitados espacios para que las personas con discapacidad se desenvuelvan fácilmente, y no se presente una ocasión que les reavive el sentimiento de impotencia que pudieran tener. Pero también debe tener la sensibilidad para, al intentar apoyar, no haga sentir en ningún caso al doliente como un necesitado de ayuda, sino que éste la perciba automáticamente, sin tener meditar en ello ni mucho menos pedirla.