La palabra padre proviene de la raíz “pater”, que en las lenguas griega y latina significa, no solo progenitor, es decir el que engendra un hijo, sino además, cabeza de casa, de una familia, de una tribu o de una nación. También significa antepasado, patrón, fundador, protector y persona digna del más grande respeto.
Sigmund Freud señalaba acerca del papel que tiene el padre en la formación psicológica de una persona: “No puedo concebir ninguna necesidad tan importante durante la infancia de una persona, que la necesidad de sentirse protegido por un padre”.
En la cultura tradicional la imagen del “buen padre”, es la de “proveedor” que satisface todas las necesidades materiales del hogar, estando dispuesto a “hacer todos los sacrificios necesarios” y de trabajar hasta el agotamiento con tal de «que no les falte nada a sus hijos». El estímulo a este esfuerzo debería ser verlos crecer y disfrutar su amorosa compañía día por día; pero como se ve obligado a pasar la mayor parte del día trabajando fuera de la casa, esta recompensa se ve bloqueada o limitada porque el padre proveedor, tiene también la tarea de ser el que corrige y aplica la disciplina a sus hijos, resultando inevitablemente afectada, su relación afectiva con ellos.
En la actualidad, bajo el impacto de la crisis económica y del cambio en los valores de la vida moderna, la imagen del padre como proveedor único o principal de la familia, ha ido cambiando. Así, cada vez es más frecuente el caso de madres solteras y de padres “abandonadores” que dejan a sus mujeres con la tarea de criar y educar a sus hijos cumpliendo los roles de padre y madre.
Por otra parte, la ciencia ha abierto posibilidades inéditas a las mujeres que deciden embarazarse sin la participación de un padre. En medio de estos cambios, parece seguir vigente el principio de que el verdadero padre no es el que simplemente engendra, sino sobre todo el que cuida el desarrollo y la maduración de sus hijos.
Así mismo, el incremento de la esperanza de vida, ha dado por resultado que se acumulen generaciones y coexistan bisabuelos, abuelos, hijos y nietos. De esta manera los padres ancianos siguen preocupándose y protegiendo a hijos adultos, casados, divorciados, viudos y también ancianos. Es decir que las tareas de los padres ya no terminan con la llegada de sus hijos a la mayoría de edad.
En los matrimonios de ancianos que han rebasado los 30 y hasta los 50 años de unión, la mujer puede adquirir la figura materna ante su esposo y éste la de padre ante su esposa. De ahí que cuando una mujer pierde a su marido, tiene dos duelos, el de viuda y el de orfandad.
Todo lo anterior muestra que el rol del padre en cualquier edad de los hijos, no es fácilmente sustituible o compensado por otras figuras, pues a la construcción de la personalidad y de la vida psíquica de sus hijos, hace aportaciones fundamentales para la formación de sus sentimientos de seguridad, confianza en el porvenir, en su criterio moral para distinguir el bien del mal, de su conciencia para auto-regular sus reacciones emocionales y conductas no funcionales y no saludables.
La madre le dice al hijo: “ten cuidado con lo que vas a hacer, no te vayas a lastimar”; “te amo, no importa lo que hagas o logres”. El padre le dice: “avanza, arriésgate y esfuérzate”, “estaré orgulloso de lo que consigas”, “yo te apoyo porque te amo”. Ambas posturas son indispensables y complementarias para el desarrollo físico y salud emocional de sus hijos, cerrando así el círculo virtuoso de amor incondicional y responsable, que fructificará en personas sanas, generosas y felices.
Muchos especialistas, no hacen diferencia entre el duelo por la muerte del padre y el de la madre, en cuanto estructura, dinámica y consecuencias. La razón no es que sean iguales, sino que debido a la mayor importancia que se ha dado al estudio del duelo por la madre, se ha estudiado y atendido en menor medida al que ocurre por la muerte del padre.
Siendo específicos sobre este duelo podemos señalar que como su contenido de protección es dominante, el sentimiento más destacado, es el desamparo, que se traduce emocionalmente en sentirse solo, indefenso, abandonado, huérfano, desvalido, desabrigado, descuidado, perdido, extraviado, inerme, entre otros sentimientos e imágenes mentales.
El mismo Freud expresa en su autoanálisis ante la muerte de su padre (un hombre estricto, frío y más bien distante en la relación con su hijo), que ante la conciencia de su orfandad, se sentía hondamente comprometido y no sólo con su presente, sino y fundamentalmente con su pasado.
Desde su perspectiva teórica que incluye conceptos como el complejo de Edipo, la regresión a la etapa oral, la identificación, la respuesta neurótica y otros más, los sentimientos, primero de compasión durante la enfermedad del padre y luego de culpa cuando ha muerto, están relacionados a la hostilidad reprimida hacia él. En este esquema terapeútico, la tarea de apoyo en el duelo es hacer consciente la irracionalidad del sentimiento de culpa, disolverlo y evitar la retribución con el autocastigo.
Dejando aparte estos abordajes complejos del psicoanálisis freudiano, se puede afirmar que no hay una configuración única del duelo por la pérdida de un padre. Cada duelo es único, según las edades del padre y del hijo o hija, del tipo de muerte (inesperada, por enfermedad crónica, por violencia), de la historia personal de ambos, de sus experiencias previas de duelo, entre otros, varios determinantes.
En conclusión, la muerte real o virtual (cuando hay separación o abandono) del padre, es el acontecimiento más fundamental en la historia personal de un hijo, no importa su edad o sexo, debido al impacto y las consecuencias que tiene en las diversas dimensiones de su personalidad y proyecto global de vida. Por ello para hacer frente al duelo, debemos fortalecer la red de apoyo social (familiares y amistades) y en caso de ser necesario (cuando el duelo es reprimido, aplazado, o patológico) acudir con profesionales (médico, psicólogo, tanatólogo, psiquiatra, consejero espiritual) que auxilien en este proceso.
Bibliografía:
http://acuarela.wordpress.com/2005/02/12/perder-al-padre-perder-a-la-madre/
Freud, Sigmund. Duelo y Melancolía. Obras completas. Tomo XIV. Amorrortu editores. Argentina. 1993.