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LOS ABRAZOS Y SU ESPERA, EN TIEMPOS DE PANDEMIA

10 agosto 2020
Yaneth Rubio Pinilla

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El cuidado especial para las personas mayores obliga más a cumplir la acción de no visitarles, algunos de nosotros ni siquiera compartimos con ellos, padres y/o abuelos, desde la responsabilidad de cuidado mutuo, viéndolos apenas cuando se puede ocupar la tecnología a través de videollamadas, que por lo menos nos permite saber que están allí, con sus propias vivencias, con su sonrisa, con una arruga de más seguramente.

¿Qué me puede garantizar el que les pueda volver a visitar, abrazar o compartir? ¿Se convierte todo esto en duelos previos? Si que sabemos que debemos adaptarnos a las limitaciones propias de la contingencia, y ¿cómo entonces tratar las nuevas heridas?, ¿Cómo manejar las cicatrices que ya nos han ido quedando?, esas que no se ven desde afuera, sino que dentro de cada uno de nosotros se hacen cada vez más presentes.

Esta sensación de vacío que nos trae el no tener físicamente a nuestros seres queridos, genera angustia, ¿que si somos producto del apego? Pues sí, así crecimos, amando a los nuestros, bien o mal, amándolos a nuestra manera; cuánta falta nos hace sentirnos también amados, sus caricias, sus formas de estar presentes en nosotros mismos.

Ellos saben que aquí estamos, y que nos hacen falta y les hacemos falta, que estamos tratando de aprender a vivir sin ellos, que el ser de cada uno está incompleto, y que si bien una cosa es amarles, y otra es necesitarles, nos invade la desesperanza, ¿Hasta cuándo?

Ya no queremos más estar encerrados, por más que seamos conscientes que es por nuestro bien, ya queremos ese basta, llevamos más de cuatro meses sin sentir los besos y los abrazos fraternos; ya queremos volver a viajar, se extraña el olor a la tierra, la parada a tomar y comer ese algo que nos sabe a gloria; ya queremos volver a compartir con los amigos, ese vino, esa cerveza, esas botanas y sobre todo, esas conversaciones que incluyen sonrisas y carcajadas. Ya queremos volver a los escenarios deportivos como integrantes del equipo o como acompañantes de hermanos, hijos, nietos, amigos, compañeros. Ya queremos sentirnos seguros de volver al mundo sin miedo, sin desconfianza.

Ya aprendimos, ya hemos tenido tiempo para conocernos, ya hicimos algunos cursos por internet, ya leímos algunos de esos libros pendientes, ya hablamos horas y horas por teléfono compartiendo impresiones y recordando historias, ya limpiamos todos los rincones de la casa, ya sacamos aquello que estaba dañado y que mejor ya ni buscamos como regresarle su utilidad, ya hemos hecho muchos cambios, ya queremos volver al mundo.

Ya sabemos de cuántas empresas que han cerrado, grandes marcas, dejando a muchos emprendimientos chicos en un nivel de supervivencia casi que superior, aprendimos a vivir con menos, hemos dejado de usar muchas de las cosas suntuosas que traíamos, podemos despojarnos de más, seguramente, pero no podemos seguir sin abrazar y tocar a los nuestros, sin sentir el calor del hogar de los padres, abuelos, tíos, primos, amigos.

¿Que sigue acaso? ¿Seguir sumando al diario inventario de quienes se han contagiado, quienes ya están bien y cuántos murieron? ¿Seguir con las despedidas incompletas? ¿Seguir con la impotencia que se ha adueñado de nuestros espacios? ¿Hasta cuándo?

¿Qué tal si ponemos un granito de lo que corresponda y ayudamos a cambiar el panorama? ¿Qué tal si tomamos como objetivo el permanecer cada vez más tiempo con la mascarilla, y apoyamos el evitar más contagios? ¿Qué tal si ayudamos en la historia de la mitigación de la expansión del famoso virus evitando por unos cuántos días más la interacción con nuestros congéneres y entre todos ponemos fin y celebramos el regreso de los besos y los abrazos?

¿Qué tal si todos desde la “sana distancia” apoyamos la extinción de la situación y no la simple contención? ¿Qué tal si proponemos una campaña de ni un solo infectado más? No porque nos la impongan sino porque auténticamente queremos volver a los besos y los abrazos.

Mientras vamos trabajando los duelos que ya están presentes, no podemos sumar a todo esto que nuestro estado emocional tome ventaja en llenarnos con pensamientos y emociones no agradables, dando pie a que por algún lado tengamos que dejar salir lo que no corresponde y ese lado sea el enfermar. ¿Qué cómo hago entonces si ya murieron algunos padres, abuelos, tíos, hermanos, sobrinos, amigos, conocidos, vecinos? Llorar se vale si… dejémonos acompañar entonces, no resulta ser una decisión acertada el reprimir las emociones negativas y lo que se siente tras cada pérdida, busquemos contención, hablemos con un profesional, un guía, que no nos juzgue ni nos diga que hacer, que sepa escuchar, que comprenda del dolor y del cómo avanzar en él; hagamos parte de alguno de los grupos de apoyo en duelo que vienen funcionando tan generosamente, aprendamos acerca de lo que nos puede ayudar y apliquémoslo, seamos obedientes, por favor.

Y con los que nos quedan a la distancia, hagamos presencia, ¿Y sí les enviamos un obsequio sorpresa? No importa si es o no su cumpleaños o es una fecha especial, generemos esperanza, todos podemos. Con toda certeza, esto también pasará.

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