Es muy curioso cuando la gente piensa que por ser embalsamador se carece de sentimientos o miedos; a veces, simplemente te encasillan como una persona “fría”. Personalmente creo que es todo lo contrario, pienso que somos subestimados emocionalmente, o a veces, simplemente olvidados.
No hay que olvidar que es la empatía, el compromiso, la pasión y, sobre todo, el respeto por las personas fallecidas y sus familias lo que me motiva a hacer mi trabajo y mejorar constantemente. Pero esos mismos valores y actitudes, tan importantes para cualquier persona, no siempre son recibidos por quien los da, lo cual no es una situación ajena para un trabajador funerario.
Una situación muy común para un embalsamador en el día a día es hablar de este oficio y que las personas, a primera instancia expresan miedo o repulsión, aparte de que asocian nuestro trabajo con experiencias paranormales o poco comunes. A título personal, pienso que todo se debe al desconocimiento. Es un trabajo muy noble, para nada prejuicioso y muy humano, porque uno de los objetivos, aparte de la preservación del cuerpo, es ayudar. Ayudar a que las personas puedan vivir mejor su duelo despidiendo a su ser querido que ha partido con una imagen bella y grata. Definitivamente no se puede desaparecer el dolor de una persona al perder un familiar o ser querido pero sí se puede minimizar la impresión de verlo mediante la presentación final.
Sin embargo, no es de extrañar que sea difícil o hasta doloroso llegar con la familia y los amigos, deseando platicar nuestro día de trabajo, por compartir nuestra rutina o por desahogarnos de la misma, y que nuestros seres queridos nos pidan callar o prefieran oír si hemos visto que un objeto se movió solo.
La remuneración “no económica” que recibe un embalsamador, por ejemplo, en ocasiones viene directamente de los familiares o los mismos compañeros de trabajo, que se acercan a felicitarte, pero la mayoría de las veces son aquellos comentarios que se escuchan durante un servicio: “Parece que está dormidx”, “¡Qué bien se ve!”. Es ahí cuando te das cuenta que has hecho un buen trabajo y que todo valió la pena.
No obstante, este reconocimiento, está calidez humana muchas veces se limita, precisamente a los deudos o los colegas. Es muy importante hacer entender a la sociedad que el trabajador fúnebre es una persona como todos y todas, que está para ayudar en un momento emocionalmente durísimo por su propia naturaleza. No basta con que en nuestras empresas funerarias nos enseñan a ser empáticos o a manejar el estrés. También es necesario mandar un mensaje de comprensión hacia nuestro gremio.