Duelo infantil ante la muerte de un padre

23 mayo 2014
Dra. Rebeca Fajardo Magdaleno

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El rol del padre en el desarrollo emocional infantil

Desde los primeros meses, la presencia del padre contribuye a crear un vínculo afectivo seguro y confianza en el niño. Un lazo fuerte padre-hijo en la infancia temprana es crucial para el desarrollo emocional y social de los niños. Cuando papá participa en los cuidados diarios (alimentar al bebé, bañarlo, arrullarlo), refuerza la seguridad del niño y le enseña a regular sus emociones. Además, un padre amoroso y presente promueve una autoestima saludable, empatía y mayor capacidad de afrontamiento frente a la adversidad. Por el contrario, la falta o ausencia de la figura paterna –ya sea por muerte o ausencia física– suele dejar en el niño dudas sobre su valía personal e inseguridad emocional. En los primeros años de vida se forjan las bases de la personalidad: sentirse querido y protegido por el padre ayuda a los niños a enfrentar retos con confianza.

El impacto emocional de perder al padre

La muerte del padre es un evento profundamente traumático para un niño de cualquier edad. Al perder a esa figura tan cercana, el niño puede experimentar una mezcla de emociones intensas: tristeza profunda, miedo a futuras pérdidas, rabia o incluso culpa (“¿por qué se fue?”, “¿fue culpa mía?”). Por ejemplo, muchos niños pequeños sienten que de alguna forma sus pensamientos negativos “causaron” la muerte del padre (un pensamiento mágico típico de la infancia). También pueden aparecer cambios físicos de estrés: insomnio, pesadillas, dolores inexplicables, irritabilidad o pérdida de apetito. En algunos casos los niños buscan “reemplazar” al padre asumiendo responsabilidades que antes él tenía (cuidar a hermanos, por ejemplo) para sentirse útiles.

En el caso particular de los niños varones, la pérdida paterna puede generar efectos específicos. Para un niño, el padre suele ser el modelo de identidad masculina y un referente a imitar. Su ausencia puede hacer que se sienta desorientado o con sentimientos encontrados. Con frecuencia los niños varones evitan mostrar abiertamente su dolor por miedo a “ser débiles”. Pueden mostrarse distantes o hasta burlones de la situación, aunque por dentro estén sufriendo. Estudios señalan que sin un modelo masculino estable los niños pueden tener mayor riesgo de baja autoestima, dificultades para relacionarse o problemas de conducta en la escuela. Por eso es fundamental acompañarlos de forma sensible, animándolos a expresar sus emociones y recordándoles que no están solos.

El duelo en cada etapa de la infancia

Los niños no viven el duelo como los adultos; su comprensión de la muerte depende mucho de su edad y nivel de desarrollo cognitivo. A continuación, algunas pautas por grupos etarios:

0 a 2 años (bebés e infantes)

No entienden el concepto de muerte. Lo que perciben es la ausencia y los cambios en su cuidado diario. Sienten el malestar de los adultos y pueden mostrarse muy inquietos: lloran más de lo habitual, se vuelven irritables, alteran el sueño o apetito. Buscan al padre que ya no está y pueden angustiarse al romperse su rutina. Lo mejor es mantener un ritmo de vida lo más estable posible, dándoles mimos y atención extra para compensar la sensación de pérdida.

2 a 5 años (preescolares)

Creen que la muerte es algo temporal o reversible. Preguntan una y otra vez “¿papá vuelve pronto?” porque aún no entienden la permanencia de la muerte. Sus reacciones de duelo son intensas pero breves: pueden tener llantos descontrolados y luego al rato seguir jugando como si nada. Es común que se muestren muy apegados a la madre u otra figura y que aparezcan conductas regresivas (mojar la cama, chuparse el dedo, rabietas) como forma de pedir consuelo. También tienden a absorber las emociones de los adultos; si perciben tensión o tristeza excesiva en quienes los cuidan, ellos mismos pueden desbordarse en llanto o rabia.

6 a 10 años (edad escolar)

Empiezan a comprender que la muerte es permanente. Saben que el padre no regresará, pero aún se angustian mucho por la separación. A menudo se preocupan más por cómo los demás (la familia) reaccionan al duelo que por ellos mismos. Sus manifestaciones de dolor varían: algunos niños se ponen serios, tristes o ansiosos, otros pueden distraerse con juegos o parecer indiferentes (“actuar como si nada”), lo que no significa que no estén sufriendo. En la escuela podrían bajar su rendimiento, mostrarse menos participativos o, por el contrario, portarse de manera distraída o incluso agresiva. Es frecuente que inventen juegos simbólicos (por ejemplo, simulando entierros o funerales con muñecos) como forma de procesar la pérdida. A esta edad, también es común que empiecen a asumir algunas tareas del padre fallecido: cuidar a hermanos menores o ayudar con labores en casa, lo cual les da cierto sentido de control y responsabilidad.

11 años en adelante (preadolescentes y adolescentes)

Entienden con claridad que la muerte es definitiva. Sin embargo, suelen intentar ocultar su dolor “para no llamar la atención” o “portarse bien” ante los demás. Los varones en particular pueden temer ser vistos como débiles si expresan tristeza, por lo que a veces se aíslan o muestran irritabilidad, impaciencia o actitudes desafiantes. Otros adolescentes, en cambio, buscan consuelo en sus amigos o evitan hablar del tema. Pueden aparecer problemas de sueño (insomnio o hipersomnia), cambios notables en el apetito o quejas físicas frecuentes (dolor de cabeza, de estómago) por la tensión acumulada. Les preocupa el futuro práctico: “¿qué va a pasar con nuestra familia sin papá?”, “¿quién cuidará de mí?”. En general, necesitan apoyo emocional continuo aunque a veces ellos mismos no lo pidan abiertamente.

Estrategias de acompañamiento tanatológico

Acompañar a un niño en duelo requiere sensibilidad y acciones concretas adaptadas a su edad. Algunos consejos útiles para padres, maestros y familiares son:

  • Comunicación honesta y sencilla: Explícale la muerte con palabras claras, sin eufemismos ni rodeos. Use frases directas como “Papá murió” o “su cuerpo dejó de funcionar”, evitando expresiones confusas (“se fue de viaje”, “descansa”). Los niños interpretan todo de forma literal; hablar con honestidad les da seguridad y evita malos entendidos. Es preferible que el niño escuche la noticia de alguien cercano a él, aunque esa persona también esté triste, porque así sentirá más apoyo.
  • Permitir la expresión del dolor: Anime al niño a hablar de sus sentimientos y a compartir recuerdos de su padre. Puede ser de gran ayuda que dibuje lo que siente o juegue a su modo (por ejemplo, haciendo con muñecos un funeral simbólico). Contarle historias bonitas de papá, mirar fotos juntos o leer libros para niños sobre la muerte puede servirle para entender mejor lo ocurrido. Siempre valide sus emociones: dígale que está bien sentir tristeza, miedo o enojo, y ofrézcale abrazos y consuelo cuando lo necesite.
  • Mantener rutinas familiares estables: Aun en el dolor, los niños se tranquilizan con la normalidad diaria. Procure que el horario de comidas, baño y sueño sea lo más parecido posible al habitual. Continuar con clases, juegos y actividades cotidianas ayuda al niño a sentir que su mundo sigue en pie. Aunque lógicamente habrá días malos, mantener las rutinas da seguridad y es “un factor protector” para su estabilidad emocional.
  • Rituales y recuerdos compartidos: Involucre al niño en homenajes familiares que honren al padre. Puede crear con él un álbum de fotos, escribir una carta o poema dedicado a papá, plantar un árbol en su jardín o soltar un globo con un mensaje en su memoria. Estas actividades le permiten despedirse y conservar un vínculo afectivo con el padre. También es sano que participe (si es posible) en los rituales sociales: verlo vestido de luto en el funeral, ir a la sepultura o estar junto a la familia en la ceremonia, siempre que esté preparado para ello.
  • Apoyo emocional continuo: Además del cariño físico (abrazos, caricias), es crucial que el niño sienta que siempre hay un adulto dispuesto a escucharlo. Padres, abuelos, maestros o cualquier persona de su confianza deben mostrar paciencia y comprensión. Evite “ponerle tapones” a su llanto o cambiar rápido de tema; mejor escúchelo cuando quiera hablar. Igualmente, evite que vea a los adultos más cercanos totalmente desbordados: llore, pero no deje que el niño vea momentos en los que usted no pueda controlar su emoción, para que no se asuste.
  • Apoyo educativo y profesional: Informe al profesor o director escolar sobre la situación; muchos niños pueden necesitar flexibilidad con tareas o tiempo para reponerse en clase. Grupos de compañeros y maestros comprensivos pueden brindar contención adicional. Si tras un tiempo razonable (semanas o meses) el niño sigue muy afectado (por ejemplo, problemas graves de sueño, retraimiento prolongado o baja escolaridad), considere buscar ayuda especializada. Un psicólogo o tanatólogo infantil puede ofrecer técnicas de duelo apropiadas para su edad. No se necesita esperar demasiado: la terapia puede ayudarle a comprender la muerte de manera saludable y prevenir posibles complicaciones emocionales.

Entornos seguros y apoyo emocional

En todo momento, lo más importante es crear un entorno seguro y cálido para que el niño procese su duelo. Esto implica brindar apoyo emocional y estabilidad cotidiana:

  • Presencia afectiva: Asegúrese de que el niño perciba que los adultos siguen disponibles. Pase tiempo con él jugando o hablando, demuéstrele cariño con abrazos y frases de aliento. Recuerde que el contacto físico (abrazos, caricias en la espalda) transmite consuelo cuando las palabras sobran. Un apretón de manos o sentarse a su nivel al hablar le hace sentir escuchado y valorado.
  • Escucha activa: Dedíquele momentos para preguntarle cómo se siente y atienda sus preguntas con calma. Aunque repita las mismas dudas (por ejemplo, “¿por qué papá se fue?”), contéstelas con paciencia. Escucharlo sin juzgar evita que se sienta incomprendido y fomenta la confianza en que expresar lo que siente está bien.
  • Rutinas y límites claros: Mantener las reglas y rutinas propias de su edad (hora de dormir, escuela, deberes) lo ayuda a sentirse protegido. Los niños necesitan sentir que, pese a la tristeza, la vida cotidiana continúa de forma estable. Un entorno predecible (sus juguetes en orden, horarios conocidos) genera un clima de seguridad que facilita el afrontamiento.
  • Modelar bienestar: Los menores aprenden al ver a los adultos. Mostrar una actitud serena, disponer de tiempo para actividades familiares (como cenar juntos) y cuidarse de no llorar frente a ellos en los momentos de mayor angustia les enseña que es posible vivir el dolor sin hundirse. Al mismo tiempo, compartir recuerdos felices de papá (anécdotas, risas antiguas) les hace ver que se puede recordar con amor sin dejarse vencer por la tristeza.

En resumen, acompañar a un niño que ha perdido a su padre implica paciencia, sinceridad y mucho cariño. Asegúrele que, aunque papá ya no esté físicamente, él siempre vivirá en el corazón de quienes lo amaron. Crear un ambiente estable y afectuoso, donde el niño pueda sentir sus emociones con libertad y recibir consuelo constante, es la mejor manera de guiarlo hacia la curación poco a poco. Con comprensión y apoyo adecuado, los niños pueden aprender a vivir con la pérdida y crecer siendo emocionalmente fuertes y resilientes.

Fuentes consultadas

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