La ciencia y el arte son dos palabras que normalmente contemplamos como totalmente distintas y hasta opuestas. De hecho, estos términos tienen características propias que no podrían aplicarse al otro. La ciencia es objetiva, se basa en la razón; sus resultados, calculados mediante medidas establecidas, se pueden reproducir bajo ciertas circunstancias; si estas circunstancias se cumplen, no importará ni el lugar ni el momento en que la ciencia se lleve a cabo, el resultado siempre será el mismo (o casi el mismo). El arte, en cambio, es subjetivo, se basa en la interpretación y evocación, busca generar emociones, no tiene estándares universales para medirse y los resultados difícilmente se pueden replicar.
A pesar de ser ideas diferentes, son complementarias. En el ámbito del sector funerario, la importancia de ambas perspectivas es clara, ya que ambas se mezclan de forma única. De hecho, existen dos disciplinas dentro del terreno del embalsamamiento: la tanatopraxia y la tanatoestética, esta última es parte de la primera, que son fieles representaciones de la ciencia (tanatopraxia) y el arte (tanatoestética).
¿Por qué es importante entender esto? Porque aunque la labor de un embalsamador es la restauración, es decir, trabaja con la belleza, ésta no debe ser el objetivo de nuestro trabajo. La seriedad, el rigor, la técnica y la fundamentación científica deben ser las bases de lo que hace un embalsamador.
No se deja de lado la estética; más bien, se sabe que la familia juzgará el trabajo de embalsamamiento en razón de qué tan presentable y reconocible esté un familiar fallecido cuando éste sea visitado en el funeral. Sin embargo, conviene recordar que el artista, como un pintor o una cantante, buscan ser reconocidos por su talento y que sus obras sean bellas para inmortalizar un mensaje y al artista mismo. Pero esto no aplica en un embalsamador. Quien se va a “volver inmortal” es el fallecido, a través de un recuerdo bello en sus dolientes. El ser querido que se va es el artista, en el sentido de que él es el que tiene que ser recordado.
Los embalsamadores, en cambio, debemos trabajar con la seriedad y exactitud de un médico o un físico, aplicando la ciencia al servicio del arte. Es precisamente en la búsqueda y aplicación de técnicas que descubrimos la belleza; ciertamente, la belleza es subjetiva y depende mucho de la interpretación. Para los embalsamadores, la estética puede estar en lo que hacen, no en la muerte en sí, sino en la ciencia de su labor.
Antes de concluir, recordemos que nuestro trabajo está centrado en el cuidado de la familia y amigos dolientes, pero principalmente en el cuerpo del finado. Una familia puede recibir toda clase de atenciones por parte de la funeraria, pero si no recibe a su ser querido en las mejores condiciones posibles, de nada servirá lo primero. Recordemos que, al cuidar y preocuparnos por el fallecido, también lo hacemos por la familia. Parafraseando la frase “Ama a Dios sirviendo al prójimo”, podemos aplicar esta regla: “Cuida a los dolientes atendiendo al fallecido”, sin dejar de lado las atenciones y necesidades específicamente de los familiares y amigos del finado.