Los que somos mortales, pensamos que los reyes y emperadores no tienen que preocuparse en cuanto a la dignidad y decoro con el que después de morir, su cuerpo y restos son tratados, ya que el cuidado y dignidad de trato son correspondientes a su alto rango social. Sin embargo, para la muerte todos somos iguales y los azares de la vida nunca dan seguridad de cumplir nuestros temores o vanidades.
Es el caso del príncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo, que en el siglo XIX tuvo la osadía o la ilusión de que todo México (en aquel entonces Imperio mexicano) se sentiría muy feliz de tenerlo como emperador. Su muerte, el trato de su cuerpo, su embalsamamiento y la disposición de sus restos mortales, no tuvieron que ver con esas altas aspiraciones.
Benito Juárez, un indígena mexicano, modesto, obstinado y patriota, cortó de tajo sus sueños. Pero también, con la alta ética que lo caracterizó rescató del desastre al maltrecho cuerpo de Maximiliano.
Héctor Mauleón, un reconocido escritor e investigador mexicano, ha recopilado los datos esenciales de este aleccionador suceso.
Su ejecución el 18 de junio de 1867, dejó a Maximiliano con cinco impactos de bala en el pecho y abdomen, además de un tiro en el corazón y una lesión en la frente que se causó al golpearse en el suelo al caer muerto.
Su cuerpo fue recogido la mañana siguiente. Fue envuelto en una sábana y depositado en un ataúd común y corriente hecho para mexicanos pobres y de estatura promedio. Pero resulta que por la alta talla del emperador sus pies no cabían.
Sus restos fueron enviados al convento de Capuchinas de la ciudad de Querétaro. Su embalsamamiento duró siete días. Estuvo a cargo del médico Licea, un profesional inepto y sin escrúpulos, que además intentó vender en 30 mil pesos los vestidos y la mascarilla de yeso del personaje. Fue entonces que Carlota acudió a Juárez para que impidiera ese atropello. Y así lo hizo el presidente. El médico fue detenido y encarcelado por dos años. Designó además a los médicos Agustín Andrade, Rafael Ramiro Montaño y Felipe Buenrostro, verdaderamente calificados para embalsamar. Se dice que además ayudó a la princesa a huir del país para que no fuera sujeto de la justicia mexicana. Se ignora el destino de los vestidos y de la mascarilla.
El cronista José María Marroquí explica que como el cuerpo aún destilaba líquido, los doctores lo colgaron por varios días. También se dice que Juárez en persona, acompañado de su ministro Lerdo de Tejada, fue a asegurarse de que el trabajo estuviera bien hecho. De paso vio al príncipe, pues no había tenido contacto personal con él.
El cadáver de Maximiliano salió de México en la misma fragata de guerra Novara que en 1864 lo trajo a México, acompañado de la princesa belga Carlota Amalia, para instalar su residencia en el castillo de Chapultepec.
Actualmente sus restos mortales se encuentran en un suntuoso ataúd depositado en la sala de los príncipes (porque Maximiliano fue emperador, pero no de Austria), junto a la Cripta de los Emperadores de la Iglesia de los Capuchinos (KapuzinerkircheKaisergruft) en Viena, Austria.
Fuente: Mauleón, Héctor. El embalsamamiento de Maximiliano. Nexos, 1º. De sept. 2015. México.