La mortalidad, es uno de los componentes relevantes de la dinámica demográfica y epidemiológica, más allá de los datos estadísticos y detrás de cada muerte individual o colectiva, existe una realidad histórica, social y cultural; indispensable para considerar y entender la dimensión humana de la muerte y de su papel para dar significado a nuestras vidas y explicar de igual forma sentimientos, pensamientos y comportamientos.
México, pasea una riqueza cultural de civilizaciones indígenas prehispánicas, que lo hacen destacar entre otros países por su gran diversidad de tradiciones y rituales acerca de la muerte, dan muestra de la profundidad que alcanzaron en la comprensión de este fenómeno vital y de su capacidad para incorporarla a su vida cotidiana individual y social.
Estas raíces culturales, sobre las que se impuso y fundió la visión religiosa del cristianismo católico, hacen de los mexicanos personas excepcionales que pueden mostrar simultáneamente, en sus creencias y comportamientos un gran respeto, y familiaridad ante la muerte en general, y “de los otros” y frente a su propio descenso. Naturalidad, estoicismo, frialdad, humor, sentido trágico, ironía, indiferencia, son algunas de las características que pueden referirse en sus actitudes ante el fenómeno de morir.
Un ejemplo de todo lo anterior, se puede constatar en su celebración, a fines del mes de octubre y principios de noviembre, se refiere al Día de Muertos, que con variaciones culturales, se festeja en diversas regiones del país. En la mayoría de los países se evita el tema de la muerte, pues, se viste de símbolos de obscuridad, dolor y sufrimiento. En México, se hace una fiesta en su honor, para rendir homenaje a la memoria de “sus muertitos” adultos y los “angelitos”, este evento cultural corresponde a la tradición católica con la de “todos santos” y de sus “fieles difuntos”. En ella se toma vida, la creencia de que ni la muerte puede separar los vivos de los muertos y que la relación entre estos perdura mientras se les recuerde y festeje.
Lo sobresaliente de esta tradición es el canto, de igual forma se hacen versos ingeniosos bailando con las imágenes de la muerte, personificada en la “calaca”, la “huesuda” o la “catrina”. Sinónimos culturales para identificar a la muerte.
La celebración de la muerte no sólo involucra a las comunidades indígenas, sino también, a las poblaciones mestizas y blancas de las zonas rurales y urbanas, alcanzando a las colonias de mexicanos establecidas en importantes ciudades del mundo como Nueva York o París, por citar algunos dónde los altares de muertos, que son figuras con papel de china calado, calaveras de azúcar, dulces de frutas secas, bebidas alcohólicas, piñatas, veladoras, fotos de los seres queridos que fallecieron, así como los deleites que en vida fueron sus preferidos. Al día siguiente de los festejos a sus difuntos, se consolida la relación con ellos, consumiendo los alimentos que les ofrendaron como una muestra de compartirlos como cuando vivían.
Para un mejor enfoque, es importante una somera revisión de la historia de México, que puede explicar la omnipresencia de la muerte en la conciencia y vida cotidiana de los mexicanos. Son conocidas las prácticas de sacrificios humanos que en la cosmovisión de las numerosas culturas prehispánicas, desde los olmecas, los huastecos hasta los mayas y los aztecas; fueron instrumentos religiosos y políticos dominantes, para enfrentar y controlar de alguna forma la mortandad por guerras, hambrunas y enfermedades – por citar algunas-. La muerte en guerras, parto o en sacrificio ritual, era una forma gloriosa de alimentar con sus corazones y su sangre el mecanismo mágico-religioso de la vida del mundo que se movía, según sus creencias, en ciclos alternados de destrucción y nueva creación.
Los todavía inexplicables derrumbes abruptos de las culturas como la olmeca, la teotihuacana y la maya; cientos de años previos a la llegada de los españoles a tierras mesoamericanas, con el abandono de las majestuosas ciudades, bien pudo estar relacionado; a eventos de mortalidad masiva. Por otra parte, la guerra de conquista del imperio español sobre el azteca, tal como dan testimonio los libros de crónicas de los mismos españoles (Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de las Casas, Fray Bernardino de Sahagún y Hernán Cortés) y los de algunos indígenas (Fernando de Alva Ixtlixochilt), ocasionó la muerte de millones de indígenas (que algunos historiadores actuales estiman en 30 millones), no solo por la superioridad destructiva de las armas de fuego (fusiles y cañones), las espadas de acero y los caballos de los europeos, sino sobre todo, por las epidemias totalmente desconocidas (sarampión, viruela, tuberculosis, lepra, tifo, peste, fiebre amarilla, paludismo, etc.,) que trajeron al México Prehispánico y que al sumarse a las provocadas por tres siglos de hambre y despiadada explotación del trabajo esclavo de los conquistados en minas, campos de cultivo y ganadería; casi causaron la extinción de la población indígena, sobreviviendo solo los que se remontaron a las sierras y a los desiertos, y los que por su deterioro físico y genético fueron tolerados en ciudades y en haciendas de señores encomenderos o al servicio de las fincas que poseía la iglesia católica.
La desproporcionada mortandad, no daba oportunidad ni de recoger y dar sepultura a tantos cadáveres, causó no solo el horror de los indígenas, sino el del mismo Rey español Carlos V, que se sintió obligado a crear el Consejo de Indias y a imponer la Ley de Indias para detener tal genocidio. La despoblación de las tierras de norte de México, del Occidente y del Sur, forzó a la importación de esclavos negros africanos. El sufrimiento y la desesperación sin límites de los indígenas sobrevivientes por tanta muerte y explotación, provocó por una parte, continuos y fracasados levantamientos, como el del el cura Hidalgo el 15 de septiembre de 1810. Por otra parte, también generó movimientos religiosos masivos en los que la fé fanática en deidades como Tonatzin y/o la Virgen de Guadalupe, fueron tomados como un último recurso para conservar alguna esperanza de lo sobrenatural de los cuales recibirían el ansiado consuelo y el alivio a su sufrimiento.
La Guerra de Independencia, dio a luz, la Nación Mexicana, pero el costo en muertes también fue incalculable. La historia indica el peregrinar de miles de indígenas y mestizos que prácticamente sin armas y sin alimentos deambulaban de una ciudad saqueándola y ejecutando sumariamente a los españoles peninsulares y sus familias. La economía de la colonia quedó destruida y, por muchos decenios no se logró levantar otra que la sustituyera. El costo fue hambruna y muerte. La ausencia de registro, en ese momento, solo podía levantar la iglesia católica, y la destrucción de pocos que existían; han hecho muy difícil conocer la magnitud real de esa mortalidad colectiva.
Los posteriores movimientos sociales, se acompañaron por guerras como la Reforma Liberal Juarista y la de la Revolución Mexicana, estos eventos tuvieron para variar demasiadas muertes. La escasez de población en México, fue una de las circunstancias para que en 1848, se perdiera en la guerra con la naciente nación estadounidense, la mitad del territorio nacional. Simplemente, no había el número suficiente de mexicanos para habitar las extensas tierras del norte del país. Y se aceptaron colonizadores texanos y europeos que años más tarde le dieron la espalda a nuestro empobrecido y despoblado país. Durante el período de 1910 a 1918, comprende el surgimiento, triunfo de la Revolución y establecimiento de la Constitución de 1917; la población de México, según cifras oficiales, pasó de 15 millones 100 mil habitantes a 13 millones 700 mil. Es decir, se redujo en casi un millón y medio, el 10% del total en 1910. Algunos estudiosos de la demografía de ese período histórico señalan que la mortalidad fue realmente de 3 millones de mexicanos, el 20% de la población. Un millón por muerte violenta y dos millones por hambruna y epidemias. Los niños y los ancianos son las principales víctimas, seguidos por los jóvenes que eran forzados por la “leva” a matarse unos a otros en la “bola”. El país se llenó de millones de viudas, mujeres solas y huérfanos. La esperanza de vida no rebasaba los 30 años de edad.
Después de 1917 y hasta 1940, la muerte por la violencia, y la lucha de facciones en el México Pos revolucionario mantuvo al alza la “epidemia” de homicidios.
(Fragmento del artículo que se publica en NOVUS FUNERARIO Nº5, ya en circulación)
Fuente: 1. Historia de México. Biblioteca Virtual http://www.historia-mexico.info/ (consultado el 3/09/2013) 2. Díaz del Castillo, B. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España. Edic. 2003. http://www.ict.edu.mx/acervo_ciencias_histgeo_Historia%20verdadera%20de%20la%20conquista_Bernal%20Diaz%20del%20Castillo.pdf (consultado el 3/09/2013) 3. De León Portilla, L. (1959) La visión de los vencidos. Edit., Porrúa. México 4. Aboites A. Luis. (2004) Nueva Historia Mínima de México. Colegio de México 5. INEGI (2013) Mujeres y Hombres en México, 2012 Mortalidad pp 27-29 http://cedoc.inmujeres.gob.mx/documentos_download/101215.pdf (consultada 21/08/2013)