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LAS GRANDES MENTIRAS DEL DUELO

21 agosto 2019
MPT Gilsan López Bedoya

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La sensación de bienestar cotidiano de poder gestionar y controlar nuestras emociones, pensamientos y acciones -relacionada con la capacidad de presentar un Yo adaptativo y funcional- es algo esperado y deseado por todos y, por el contrario, el sentirse vulnerable, frágil o a la deriva mental es algo que nadie quiere; nadie. Esto último es lo que sucede con el duelo.

El duelo no únicamente viene acompañado de la pérdida del control, viene muchas veces escoltado por el drama, la injusticia, la violencia, la sevicia, la tragedia, la desaparición, la devastación, la angustia, el terror, el sufrimiento, el sin sentido, el deseo de venganza, la incertidumbre, la ideación suicida y, por si fuera poco, por diversos trastornos mentales como el trauma psicológico, la disociación, el estrés postraumático, el duelo complicado, la ansiedad, las crisis emocionales y la depresión mayor.

Así, en el duelo perdemos todo: ¡Incluso a nosotros mismos! Nunca nos sentiremos tan vulnerables como cuando el dolor es total. Y cuando esto ocurre también suceden la somatización, la montaña rusa de emociones, la desorientación, la confusión, la percepción de quedarse en blanco, la sensación de despersonalización y de desrealización, el estupor, los síncopes, los pensamientos obsesivos y los flashbacks, entre otros afrontamientos. De tal forma que intentar ayudar a una persona en duelo es algo tan delicado y riesgoso como una cirugía de corazón abierto.

Empero, al parecer habemos 126 millones de mexicanos expertos en duelo. Porque a los dolientes “ampliamente” les aconsejamos, desaconsejamos, invadimos, aislamos, extinguimos, retocamos, propiciamos, pseudoeducamos, guiamos, predicamos, imponemos y condicionamos, claro, siempre con muy buenas intenciones y bajo una autoridad autodecretada. El imaginario, pues, en el que “todos creen que saben” se sustenta en parte en que aún muchos no hemos entendido que el duelo no es igual al luto.

El duelo no tiene que ver necesariamente con las respuestas esperadas, las creencias de nuestros mayores ni con las costumbres de nuestras regiones. De tal forma que, para evitar hacer un daño a los dolientes (al quererles hacer un bien) es importante alejarnos de las comprensiones obsoletas, los mitos, las falsas creencias y los recetarios de abuelita.

Alguna vez afirmé: “El hombre no está hecho para la felicidad, está hecho para el sufrimiento”. Infortunadamente a nosotros, los hijos de la cultura del bienestar, el fitness y las espiritualidades puppies, se nos olvida que la esencia de la experiencia humana es la misma experiencia del sufrimiento. Y esto queda claro cuando constatamos en carne propia que, entre otras cosas, dicha experiencia humana no puede darse sin la acumulación de un historial de pérdidas.

Así, es de esperarse que no queramos que el duelo nos duela y, por consiguiente, le despojamos de toda su belleza y de su valor terapéutico. ¡Porque el duelo es terapéutico! No es otra cosa distinta a un proceso adaptativo (que implica el sufrimiento de quien aún no entiende ni aprende) que busca la recuperación de la homeostasis orgánica. Sin embargo, la tendencia habitual es la de eludir u omitir el periodo incierto del duelo, sencillamente porque duele.

En aras de una falsa o supuesta recuperación muchas veces esperamos, propiciamos o aconsejamos ciertos estados emocionales, ciertas conductas y ciertos esquemas de pensamiento, estereotipados todos, como un camino seguro y adecuado de la vivencia del duelo. Uno de ellos es la búsqueda de una mejoría mágica y ojalá rápida para el sufrimiento a cuestas. Pero nos ayuda recordar aquí -y para no caer en fracaso terapéutico- lo que escribió el maestro Erich Fromm: “Si quieres evitar el dolor del duelo, el precio que tendrás que pagar es el de estar totalmente desvinculado de los demás y, por lo tanto, excluido de toda posibilidad de experimentar la felicidad”. En otras palabras, quienes no recorran el camino nunca antes andado del duelo, se convertirán insoslayablemente en personas amargas e incapacitadas para volver a amar. ¿Es lo que usted quiere para sí y para su familia?

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