Todos somos víctimas, también los funerarios.
¡El cerco se está cerrando! Nuestra relación con el fenómeno social de la pandemia ocasionada por la enfermedad COVID-19 ya está lejos de ser impersonal; aunque aún nos cueste creerlo es posible que usted o yo perdamos la vida. Lo que inició para muchos escépticos como una teoría conspirativa o una cortina de humo transnacional, ahora es más que una realidad: se ha abierto trágicamente la Caja de Pandora.
Se me hacía lejos el brote ocurrido en la ciudad de Guayaquil, Ecuador, en marzo pasado hasta que recibí un mensaje de mi sobrino desde Colombia. Su padre, en Guayaquil, había sido trasladado en ambulancia con disnea hasta el nosocomio municipal. Lo siguiente fue hospitalización, cuidados intensivos, resultado positivo en carga viral, asistencia mecánica respiratoria, muerte, inhumación. Nadie pudo visitarle, nadie pudo hablarle, nadie pudo despedirle, no hubo ritual funerario, nadie pudo salir de sus casas porque medio Suramérica estaba en cuarentena. ¿El resultado? Sólo las coordenadas proporcionadas por el gobierno local que indican en qué tumba y en qué cementerio se dispusieron los restos mortales.
En Psicología sabemos que el afrontamiento individual ante acontecimientos altamente perturbadores e impactantes pasa por el proceso conocido como percepción y, en dicha percepción existe el fenómeno de la negación. Hace algunos meses nunca hubiera imaginado escribir un artículo como este, ni en mi peor pesadilla. Así, y recordando que al cerebro humano no le importa tanto la verdad sino sobrevivir, son precisamente los hechos y la proximidad real de los nuevos contagios los que nos ubican de a poco en esta alarmante realidad que finalmente ha echado por tierra nuestra falsa sensación colectiva de protección, estabilidad e invulnerabilidad. Empero, es posible que algunos sigan pensando ilusoriamente que todo va a estar bien muy pronto y que esto es sólo un mal sueño, un invento de los comunistas o el asalto final del Priorato de Sión.
Hoy ya todos somos víctimas reales y anticipadas del COVID-19 aunque no tengamos la enfermedad ni los síntomas físicos. Ustedes y yo ya conocemos personas -tal vez lo seamos- que han enfermado, recuperado, fallecido, perdido su trabajo, cerrado su negocio, cambiado su estilo de vida, cambiado de actividad comercial o al menos perdido su nivel de ingresos. El cerco se está cerrando y de este fenómeno biopsicosocial y económico nadie resultará indemne.
Esta no es, pues, solo una crisis socioeconómica y sanitaria mundial sino un asunto grave de salud mental, y esto muy pocos lo saben o lo ponderan. Debo decir con crudeza, contundencia y autoridad que recurrir al enraizado voluntarismo azteca en el que basta “ser fuertes” y “echarle ganas” es algo que no servirá en lo absoluto para mejorar tu salud emocional y la de los tuyos. Muchas personas necesitan perentoriamente ayuda profesional y especializada en trauma. Al decir especializada, quiero decir exactamente eso, no se trata de leer recetarios de internet o libros de automotivación, tampoco de buscar llanamente ayuda tanatológica, psicológica, espiritual u holística, se trata de acudir a servicios especializados en Psicotraumatología y Psiquiatría. No confíe un asunto tan delicado como la salud emocional a manos inexpertas.
El confinamiento, la desaceleración económica, los cambios sociales, la inminencia del contagio o muerte y la saturación informativa están llevando a gran parte de la población a que sus síntomas de estrés, ansiedad, depresión y pánico estén alcanzando niveles inusitados y críticos. Si es así, los trastornos de Estrés Agudo, Depresión Mayor, Estrés Postraumático, Ansiedad, Estrés Traumático Continuado y Disociativos pueden estar tocando a la puerta. Es un asunto de salud mental que muy seguramente ya les está afectando a usted, a su familia, a sus empleados y a sus clientes.
El personal funerario y sanitario son algunos de los sectores que más expuestos están a esta preocupante problemática. Tristemente el empleado funerario, propiamente dicho, el tanatopráctico, el recolector, el embalsamador, el móvil, el operador del negocio, el separar a los vivos de los muertos, siempre ha sido el elemento menos protegido y más exigido y explotado dentro de la cultura empresarial funeraria. Ahora están más vulnerables que nunca. Al efecto emocional y mental de las nuevas condiciones para el personal funerario se le conoce como Síndrome de Desgaste por Empatía, de Aniquilamiento o Trauma Secundario. Es una muerte lenta mental para el empleado y una fuga económica para la empresa.
Es hora de mejorar nuestra cultura de la curación y el autocuidado. Existen herramientas terapéuticas de autoaplicación disponibles y sobre todo escenarios y servicios terapéuticos profesionales que permiten remitir los síntomas perturbadores a nivel mental mediante la desensibilización y el reprocesamiento neuronal de los eventos recientes que pueden quedar almacenados en el cerebro en forma patogénica. Es labor, entonces, del empresario funerario y de toda persona, buscar a tiempo y en buena fuente los servicios profilácticos y terapéuticos de profesionales Psicotraumatología o Psiquiatría que prevengan trastornos psicológicos mayores en la población vulnerable, es decir, todos nosotros.