En el sector funerario, como en cualquier otro, la capacitación y certificación oficial es muy importante. Si bien es cierto que hay tareas y labores que pueden aprenderse practicando sobre la marcha, también es cierto que actividades como el embalsamamiento requieren la asistencia a cursos impartidos por profesionales, en los que se obtengan conocimientos teóricos y prácticos que sean validados por certificados emitidos por instituciones oficiales.
Cabe preguntarse entonces si la educación del siglo XXI, así como la capacidad cognitiva y de pensamiento están o no pasando por un cambio de paradigma que podría afectar la educación en las instituciones funerarias.
La respuesta es sí. La educación, debido a la proliferación y enorme uso del internet y redes sociales, así como la aparición de la pandemia, han modificado la manera en que se vive la educación. Para bien, pero también para situaciones no tan benignas.
Lo normal sería pensar que el uso de redes sociales no afectan a los que toman cursos de embalsamamiento, puesto que ya son adultos y su pensamiento ya se ha desarrollado. Sin embargo, esta respuesta es engañosa.
El uso excesivo de redes sociales ha afectado la capacidad de pensamiento. El uso de juegos de internet o de videos como forma de entretenimiento, en vez de los carritos o muñecas para que los niños jueguen, ha provocado una afectación en el desarrollo cognitivo de los menores. Los niños de hoy en día no desarrollan la habilidad de imaginar; su capacidad de abstracción es limitada y no llegan a la universidad con pensamiento crítico, puesto que en internet recibieron todo ya hecho y no exigieron a su cerebro a analizar.
Estos niños llegan a la edad adulta, cuando pueden capacitarse como embalsamadores, teniendo rezago en su capacidad de raciocinio. Las consecuencias de varias décadas de uso de internet y de más de 3 décadas de servicios de mensajería, chat o redes sociales ya se están viendo. Dejando de lado las consecuencias más graves, se está viendo una crisis en las industrias artísticas, al menos en algunas latitudes; las letras de las canciones y las tramas de las películas o libros son simples, forzadas o hasta denigrantes. Esto se debe a que la creatividad se ha deteriorado.
Por otro lado, los creadores de contenido para redes sociales son tomados a veces como guías o líderes de opinión. Más allá de que guste o no lo que publican, muchos de ellos se han sentido con el derecho emitir juicios muy agresivos o de exigir privilegios solo por ser conocidos en redes, sin importar si tienen o no los conocimientos para opinar sobre el tema que abordan. Esto ha terminado con youtubers en la cárcel o expulsados de varias redes sociales por subir un video. Pero los seguidores esgrimen las opiniones emitidos por ellos para defender argumentos, sin averiguar si estas opiniones están fundamentadas o no.
A eso, habría que agregar la poca resistencia que tienen las nuevas generaciones. Si bien es cierto que han evidenciado abusos que antes no eran visibles, también es cierto que son afectados emocionalmente, de manera muy fuerte, por situaciones que (respetando su dolor), podrían manejarse de mejor forma; incluso ha habido consecuencias fatales. La desesperación, la ansiedad y la depresión están apareciendo con más frecuencia en menores de edad, pues ellos están acostumbrados a obtener todo a un click de distancia; si algo no les gusta, simplemente cambian de página web; si pierden, actualizan la página y vuelven empezar. Pero cuando en la vida real les pasa esto y no pueden solucionarlo, llegan las crisis.
Para el sector funerario este tema no debería ser extraño. Capacitamos jóvenes, y no tan jóvenes, para que se hagan cargo de trabajar con fallecidos. Sabemos el desgaste emocional de un sector económico como el nuestro; por ende, cabe preguntarse si las nuevas generaciones podrán hacerse cargo de éste, o si tendremos nosotros que evolucionar, enseñando de nuevas formas, para que nuestro negocio siga existiendo.